Las ballenas, conocidas como las criaturas más grandes e inteligentes del océano, son una de las especies catalogadas en peligro de extinción. Preservar y cuidar a las ballenas es, a su vez, proteger el planeta.
Tomar conciencia para la conservación de las ballenas comenzó en la década de 1970, cuando se declaró la prohibición mundial de cazar cetáceos. Hasta entonces, especialmente a lo largo del siglo XX, la caza descontrolada de esta especie mermó considerablemente sus poblaciones. De hecho, muchas de ellas todavía no se han recuperado. Pero las leyes que restringieron la matanza de ballenas han servido para que, poco a poco, se hayan podido ver estas especies de nuevo en zonas donde hace una o dos décadas apenas se avistaban.
Ante esa recuperación de algunas poblaciones de ballenas, Ana María García Cegarra, bióloga marina y fundadora del Centro de Investigación de Fauna Marina y Avistamiento de Cetáceos de Antofagasta, nos recuerda que “la naturaleza tiene una capacidad de recuperación muy alta; si el ser humano controlara sus emisiones de dióxido de carbono, si se comenzaran a cambiar ciertos hábitos y también a legislar con normativas y controlar un poco la contaminación y la sobreexplotación de recursos y la deforestación, la naturaleza sí tendría la capacidad de mantenerse y de poder recuperarse en cierta parte o ciertos ámbitos”. Por tanto, la conservación de las ballenas es todavía posible si el ser humano cambia sus hábitos nocivos con respecto a la naturaleza.

Las ballenas durante la crisis del COVID-19
Recordemos que durante la crisis sanitaria producida por el coronavirus COVID-19, las noticias sobre la aparición de animales por las ciudades de todo el mundo fueron constantes. Así como las imágenes de aguas más limpias y una reducción de la contaminación. Durante el confinamiento al que se vio sometida gran parte de la población mundial, los animales fueron libres de ocupar zonas que antes tenían una presencia humana o bien se llevaban a cabo diferentes actividades paralizadas por la COVID-19. Es el caso de la pesca, por ejemplo, cuya pausa en su momento permitió que las ballenas se acercaran más a las orillas de las costas. En Chile, Argentina, la Palma, las Islas Canarias o en Marsella se han avistado cetáceos en zonas en las que antes era imposible hacerlo.
Solo tres países siguen cazando ballenas a pesar de las legislaciones y prohibiciones internacionales: Japón, Noruega e Islandia. Sin embargo, este último ha tomado conciencia de la necesidad de detener esta práctica. Entre la población del país, además, ha surgido en los últimos años un mayor interés en observar a las ballenas por parte de la población, y espacios que antes estaban destinados a los balleneros, ahora son santuarios para esta especie.
Proteger a las ballenas es luchar contra el cambio climático
Una de las razones por las que la conversación de las ballenas es esencial para el futuro del planeta y del ser humano se encuentra en que son una importante solución natural al cambio climático. Las ballenas capturan toneladas de carbono y reducen el CO2 de la atmósfera. Durante su vida acumulan carbono que, una vez que mueren, se llevan al fondo del océano reteniendo ese CO2. Por otro lado, donde hay poblaciones de ballenas existe mucho fitoplancton, que produce al menos el 50% de todo el oxígeno de nuestra atmósfera.
Las ballenas están catalogadas como en peligro de extinción en la “Lista Roja de especies vulnerables”. Tras décadas de protección, ocho de las trece grandes especies o están peligro o son vulnerables. Los biólogos marinos estiman que hay poco más de 1.3 millones de ejemplares en el océano, una cuarta parte de lo que solía haber antes del auge de la caza.
Para la conservación y la protección de las ballenas, debemos reducir los peligros y las amenazas que sufre la especie: la caza; el abandono de las redes de pesca, que son ingeridas por las ballenas, a las que provocan un enorme daño a su organismo o la muerte; el desarrollo industrial, que provoca colisiones con los buques y los barcos; la contaminación de las aguas oceánicas; o el cambio climático, que causa el calentamiento de las aguas, temperaturas más cálidas y el derretimiento del hielo marino en las regiones polares, poniendo en peligro las zonas de alimentación de muchas ballenas grandes. El aumento de la radiación ultravioleta disminuye la población de krill, esencial para su supervivencia.
Vía: fundacionaquae