Detrás del fondo tranquilo de estrellas y constelaciones, el Universo esconde un drama de explosiones, muertes violentas y procesos de canibalismo. En esa obra cobran protagonismo los agujeros negros, unos astros invisibles al ojo humano pero capaces de engullir cantidades inimaginables de materia. Después de hacerlo, expulsan los restos en forma de furiosos chorros o de potentes vientos calentados a millones de grados centígrados.
Y lo cierto es que apenas podemos ver la punta del iceberg. Normalmente, solo llegan hasta nosotros las huellas de las fuentes más potentes de energía, las supernovas y los agujeros negros supermasivos, aquellos que devoran materia en el corazón de algunas galaxias. Pero hay un tipo de agujero negro que es mucho más común y más próximo: se trata de los pequeños agujeros negros estelares, unas «criaturas» que nacen cuando uno de los miembros de las estrellas binarias (formadas por dos compañeras) colapsa sobre sí misma, generando una acumulación tal de materia que resulta imposible para los átomos detener la presión gravitacional. Es entonces cuando la singularidad desata su «hambre», y comienza a engullir todo lo que está a su alrededor, incluyendo a su estrella vecina, en un proceso que se conoce como acreción.
Los científicos consideran que puede haber cientos o miles de millones de estos «pequeños» agujeros negros solo en nuestra galaxia. Pero hasta ahora, solo se han detectado 50 de ellos. Este lunes, un estudio presentado en la revista «Nature» y dirigido por científicos españoles del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) ha conseguido, por primera vez, detectar el intenso viento proveniente de uno de esos agujeros negros: V404 Cygni. El hallazgo se produjo cuando el astro «estalló» en una llamarada de viento y energía, el pasado 15 de junio.
Vía: .abc.es/ciencia