Vaughan y Ellen Cornish andaban de travesía por los bosques helados de Canadá cuando dieron con una seta gigantesca de 3 metros de diámetro. Se levantaba cerca de metro y medio del suelo y tenía un cúpula blanca y nevada. ¿Estaban alucinando porque se les había enfríado el cerebro?
Geógrafo de profesión, Cornish y su esposa se encontraban en el Parque Nacional Glacier en mitad de un viaje en diciembre de 1900. El clima de la zona era y todavía hoy es conocido por tener un viento apenas existente y unas abundantes nevadas: la nieve puede llegar a alcanzar los 30,5 centímetros por hora.

El tronco del árbol caído o cortado se había cubierto de capas y más capas de nieve hasta alcanzar un tamaño sin par. La escasez de viento, las bajas temperaturas y las precipitaciones contínuas favorecían que la nieve fuese solidificando encima de la planta, tanto que era imposible partir el sombrero incluso en las setas más pequeñas.
Foto: Magumio
En 1902 contó su experiencia en The Geographical Journal, donde bautizó a este fenómeno como setas de nieve, y describió cómo los troncos más cortos forman unas setas a ras de suelo que dan la tierra la apariencia de dunas del desierto.
A día de hoy, las setas de nieve todavía aparecen en este parque canadiense y también se han dejado ver en Japón.
Foto: Otaru Tenguyama
Y aunque no hay registros de una tan grande como la de las fotos que tomó Cornish, la nieve parasita todo lo que encuentra a su paso, como esta casa que quedó engullida por una masa helada.

Vía: Atlas Obscura