La extrema inestabilidad meteorológica que se produce en el interior de las fuertes tormentas indudablemente supone un riesgo elevado para cualquier aeronave. Los pilotos conocen los peligros aparejados con las tormentas y las evitan a toda costa, basándose en los reportes meteorológicos que reciben continuamente desde tierra, además de la información proporcionada por satélites y comunicados desde otros aviones. Sus propias observaciones del cielo también son primordiales a la hora de efectuar un desví¬o en la ruta aérea que esquive lo peor de una tormenta.
El mayor riesgo que representan las tormentas está dado por la fuerte convección de la atmósfera en su interior, que produce violentos pozos de aire causados por el diferencial de presión, lo que afecta a la sustentación de los aviones y que es capaz de provocar serios daños estructurales, debido a las violentas sacudidas a las que se ven sometidos.
Si la tormenta está acompañada de granizo, las posibilidades de un accidente severo se multiplican, como vemos en las escalofriantes imágenes que publicamos en nuestro artí¬culo sobre el impacto del granizo sobre los aviones. Sin embargo, nada indica aún que el Airbus desaparecido se haya enfrentado a una intensa tormenta, y mucho menos a una masa de nubes de granizo.
El piloto contó en detalle cómo fue el momento del granizo: «Evidentemente nos metimos en una nube donde se veían relámpagos y empezamos a sentir piedra como cuando te cae arriba del auto pero con el detalle de que estábamos en el aire.
Caía tanto que no te daba tiempo a pensar. No habíamos notado que se había estallado el parabrisas, así que tuvo que aterrizar con el parabrisas estallado. Nos avisaron que se hizo un aterrizaje de emergencia».