Entre los fenómenos meteorológicos más frecuentes a los cuales observamos con detenimiento cada día, o a veces pasan desapercibidos por nuestras miradas fugaces, nos dispersamos sin apreciar el efímero espectáculo que ciertos parámetros del tiempo nos propone, en este caso la nubosidad. Una nube es un hidrometeoro consistente en un conjunto visible de partículas minúsculas de agua líquida y/o de hielo en suspensión en la atmósfera y que, en general, no tocan el suelo. Este conjunto puede también contener partículas de agua líquida o de hielo de mayores dimensiones (precipitantes), así como otras partículas no acuosas, líquidas o sólidas, de origen natural o antrópico, como humo o polvo.
La formación de las nubes está condicionada normalmente por la presencia o ausencia de mecanismos que puedan enfriar el aire hasta hacerle alcanzar su punto de rocío y, por tanto, la condensación de parte de su contenido de vapor de agua. Entre dichos mecanismos destacan los movimientos verticales ascendentes. Estos movimientos son raros en la atmósfera debido al estado de equilibrio estable en el que generalmente se encuentra. Es necesario, por lo tanto, que haya algún proceso que fuerce al aire a ascender lo suficiente como para que se produzca su saturación y que, en consecuencia, las nubes hagan acto de presencia. Estos forzamientos se clasifican, de forma simplificada, en cuatro tipos: sinóptico, frontal, orográfico y térmico.
Hay que destacar también que, en el proceso que lleva a la formación de las nubes que puedan aparecer sobre una montaña o cordillera en cada momento, pueden intervenir conjuntamente distintos tipos de forzamiento, algunos de los cuales quizás no tengan nada que ver con la orografía, de manera que la mayor parte de las veces no es fácil evaluar cuál es la contribución de cada uno de ellos en la formación de las mismas.

Por Kazatormentas
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