El maltrato al ambiente cometido repetidamente durante décadas, ha creado la emergencia climática y ecológica que ahora enfrentamos.
El concepto de ecocidio comenzó a generarse en los últimos años de la Guerra de Vietnam (1955-1975), cuando las huellas de aquel conflicto bélico eran más que patentes y resultaban devastadoras sobre el territorio. Los ataques con agente naranja —un potente herbicida utilizado como arma química por el ejército estadounidense— acabaron con la vida de cientos de miles de personas y dejaron millones de hectáreas de terrenos yermos. La primera vez que el mundo escuchó la palabra ecocidio fue en la Cumbre Ambiental de Naciones Unidas de 1972 en Estocolmo, donde Olof Palme, el primer ministro sueco, acusó a Estados Unidos de ecocidio por sus prácticas en Vietnam. Representantes de otros países presentes, como Indira Gandhi, de la India, y Tang Ke, de China, sugirieron entonces que la destrucción del ecosistema debía ser considerada un crimen contra la humanidad.
En la actualidad, la humanidad requiere más de una Tierra y media, es decir, el 170% de su biocapacidad, para poder satisfacer sus demandas de recursos. Esto, desde cualquier punto de vista, es insostenible, por lo que nuestro planeta se encuentra ahora entre la espada y la pared.

Por ejemplo, mientras lees esto el mundo ha perdido la una superficie arbolada equivalente a un campo de fútbol porque cada año se talan unos 15.000 millones de árboles. Asimismo, hay que destacar que desde 1950 se han llevado al borde de la extinción a más de un millón de especies animales y la mayoría de los ecosistemas vitales para la vida se han reducido a la mitad.
Los científicos han situado en el 2030 la fecha de caducidad de este planeta tal y como lo conocemos. Desde ese momento y si no se revierte la situación, el planeta entrará en un proceso de degradación del que no habrá marcha atrás. Existen mecanismos internacionales que animan a que no se llegue a esa situación, pero aun así se siguen cometiendo todo tipos de actos destructivos contra una naturaleza de la que depende el futuro de los jóvenes.
En vista de este escenario, un grupo de 12 juristas está moviendo cielo y tierra para incluir en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, donde están presentes los crímenes más graves de trascendencia para la comunidad internacional, un quinto crimen: el ecocidio.
“Proceder a pactar un delito de ecocidio podría contribuir a un cambio de conciencia en apoyo a una nueva vertiente que mejore la protección del medio ambiente y apoye una mayor colaboración y marco legal efectivo para nuestro futuro común en un planeta compartido”, destacan los expertos en una memoria.
Pero ¿qué es exactamente un ecocidio? Personas como el primer ministro sueco, Olof Palme, lo utilizaron como un sinónimo de crimen contra la naturaleza. En este caso, el sueco se refería a los ataques con agente naranja, un potente herbicida, en Vietnam por parte de los Estados Unidos.
Otras, como el australiano James Crawford, lo usaron como una herramienta para contribuir a hacer de la protección del medio ambiente una parte central del derecho internacional moderno.
Todas ellas más o menos se acercan a la definición actual, que ha tardado seis meses en elaborarse y que dicta lo siguiente: “Un ecocidio son actos ilícitos o injustificados cometidos con el conocimiento de que existe una probabilidad sustancial de que esos actos causen daños graves y generalizados o a largo plazo al medio ambiente”.

Del mismo modo, añade:
“se entenderá por arbitrario el acto de imprudencia temeraria respecto de unos daños que serían manifiestamente excesivos en relación con la ventaja social o económica que se prevea”.
“Se entenderá por grave el daño que cause cambios muy adversos, perturbaciones o daños notorios para cualquier elemento del medio ambiente, incluidos los efectos serios para la vida humana o los recursos naturales, culturales o económicos”.
“Se entenderá por extenso el daño que vaya más allá de una zona geográfica limitada, rebase las fronteras estatales o afecte a la totalidad de un ecosistema o una especie o a un gran número de seres humanos”.
“Se entenderá por duradero el daño irreversible o que no se pueda reparar mediante la regeneración natural en un plazo razonable”.
“Se entenderá por medio ambiente la Tierra, su biosfera, criosfera, litosfera, hidrosfera y atmósfera, así como el espacio ultraterrestre”.
El abogado Pablo Fajardo, uno de los artífices de esta definición, ha indicado que “la definición tal vez no es satisfactoria para todos, algunos pretendían que fuera más profunda, pero eso hubiera supuesto que tuviera poco apoyo de los Estados. Es un equilibrio entre lo que queríamos y lo posible”.
Es necesario, a su juicio, “tratar de entender lo que va más allá del delito ambiental”, entender las consecuencias que esos delitos “tienen para la propia naturaleza y para las futuras generaciones” porque “hay delitos como la contaminación en la Amazonía que trascienden fronteras”.
Por ello, ha incidido, “es necesario darle mayores herramientas a la humanidad para defender la naturaleza” y, por otra parte, “darles a los gobiernos herramientas para luchar contra esos delitos”.
La campaña por llevar esta definición al Estatuto de Roma, y que ha sido empezada por asociación Stop Ecocide, de momento ha sido aceptada por países como Francia, Bélgica, Islas Maldivas o Vanuatu.
Entre quienes se han manifestado abiertamente a favor están el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Gutérres, quien señaló que sería “muy deseable” que sea aprobado el delito de ecocidio durante una visita la semana pasada a Madrid, al igual que lo ha hecho el papa Francisco.

Vía: https://www.elagoradiario.com/