Un nuevo estudio basado en imágenes compiladas durante 30 años ha revelado que la selva amazónica perdió cerca de 70 millones de hectáreas.
Poblada de árboles centenarios, incluso milenarios, y de una amplia selección de arroyos, acuíferos e imponentes ríos, la selva amazónica es una de nuestras mejores armas contra el cambio climático. Algunos incluso se atreven a apodarlo “el pulmón de la Tierra”, con permiso de los océanos, por el enorme servicio que nos ofrece como almacén de dióxido de carbono y mitigador de este gas.
Aunque no solo de frondosa vegetación y agua se compone esta región. También alberga una de las mayores variedades de diversidad biótica, con especies tan conocidas como los jaguares, y otras tan misteriosas como las anguilas eléctricas. La punta del iceberg, sin duda, de una región que aun esconde a infinidad de especies por descubrir.
No obstante, todo apunta que muchas de esas quedarán en el olvido incluso antes de ser descubiertas, así como todos esos servicios que nos ofrece la selva amazónica. El motivo apunta irremediablemente de nuevo hacia nosotros y a nuestras ansias de crecimiento y de explotación, que, con cada año que pasa, destruyen una mayor superficie forestal.
De hecho, ni la crisis sanitaria y económica gestada a raíz del coronavirus ha bastado para frenar ese afán por seguir explotando este valioso recurso natural, que en tan solo 34 años ha perdido un total de 72,4 millones de hectáreas de bosques y cobertura vegetal, equivalente a la superficie de Chile o dos veces y medio la superficie total de España.
Según el nuevo mapa elaborado por MapBiomas Amazonía, de ese total, 69.2 millones corresponden a bosques amazónicos, lo que significa una reducción del 10 % de la cobertura forestal que existía en 1985.
“La pérdida de toda cobertura vegetal natural afecta al gran ecosistema amazónico, a su capacidad para regular el clima y brindar servicios ecosistémicos incluida la seguridad alimentaria, así como para controlar los ciclos hidrológicos e incluso las enfermedades”, señala Sandra Ríos, coordinadora técnica de MapBiomas Amazonía e investigadora del Instituto del Bien Común (IBC) en Perú.

El país más afectado por esta deforestación es Brasil, país que en junio vivió su cuarto mes consecutivo de crecimiento en la destrucción de selva tropical. En concreto, perdió 10,7% más de superficie forestal en comparación el junio del año pasado. Mientras que, durante los primeros seis meses del 2020, la deforestación se incrementó un 25% más con respecto al año pasado, unos 3.066 kilómetros cuadrados.
“La presión está aumentando. Los datos de deforestación por sí mismos muestran que ahora tenemos una situación muy complicada que está fuera de control en el Amazonas”, afirma Mariana Napolitano, jefa científica del grupo de presión WWF-Brasil.
Si la tendencia continua por este sendero, Brasil se dirige a una deforestación anual de más de 15.000 kilómetros cuadrados, casi dos veces el territorio de la Comunidad de Madrid. Para hacernos una idea de la magnitud de la catástrofe, la Amazonía brasileña perdió 10.129 kilómetros cuadrados de su cobertura vegetal entre agosto de 2018 y julio de 2019.


Para su presidente, Jair Bolsonaro, se trata de un problema que le está consumiendo y que le está, aún más si cabe después de su actitud frente al coronavirus y al cambio climático, demonizando.
Por eso, con el fin de aliviar las tensiones, Bolsonaro envió varias veces al ejército para combatir con la tala ilegal, uno de los mayores enemigos de la selva amazónica. Sin embargo, la oposición y las organizaciones ecologistas brasileñas denuncian que se trata de una medida que puede acarrear grandes consecuencias, sobre todo económicas, ya que una operación militar con unos 4.000 efectivos supone casi la misma cantidad que el presupuesto anual del Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables (Ibama), que es el encargado de realizar permanentemente acciones de control e inspección ambiental en todo el territorio brasileño.
Para esos mismos que denuncian el uso del ejército, esta medida, además se trata de una maniobra de distracción que enmascara sus verdaderos movimientos en favor del sector ganadero y agricultor del país que, en cierto modo, ayudaron a Bolsonaro a ascender a la presidencia y que ahora están adquiriendo nuevos terrenos que antes pertenecían a la selva amazónica.
De hecho, la Compañía Nacional de Abastecimiento (CONAB) ha anunciado que este año la producción de soja crecerá en por lo menos 2.5 %, síntoma de los apoyos gubernamentales y de su expansión hacia esas tierras.

El grado de deforestación en la selva amazónica y la creciente empatía hacia la naturaleza han obligado a 29 inversores de nueve países diferentes, que gestionan activos valorados en unos 3,7 billones de dólares (3,2 billones de euros), “amenazar” a las autoridades brasileñas con retirar los fondos en el país.
Según argumentan, la deforestación y la pérdida de diversidad natural no es solo un problema ambiental, sino que tarde o temprano tendrá importantes consecuencias económicas y afectará negativamente a los mercados financieros.
Por ello, a través de una carta, pidieron el mes pasado a las autoridades brasileñas que revisasen sus políticas de preservación de la selva amazónica y detengan su deforestación. Además, consideran que el país corre un gran riesgo climático y, de no hacer nada, tal y como está pasando ahora, podría perder sus inversiones.
Tras Brasil, Bolivia se encuentra en el segundo de la lista de MapBiomas, con un total de 3.6 millones de hectáreas de bosques y cobertura no boscosa menos que hace 34 años. Una pérdida que se corresponde con la expansión agrícola y ganadera del país, que se situó en 3,7 hectáreas en el mismo periodo de tiempo.
“Los últimos ocho años han sido drásticos. Estamos viviendo un proceso de visión de desarrollo basado en la soya y la ganadería. Las presiones más importantes sobre los bosques son la exportación de carne y la apertura de la frontera agrícola. Tenemos que repensar el modelo de desarrollo en Bolivia”, comenta Natalia Calderón de la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN) de Bolivia.
El tercero en el ranking se sitúa Perú, que entre 1985 y 2018 sus bosques amazónicos se redujeron aproximadamente un millón y medio de hectáreas, crecimiento similar que experimentaron las tierras agrícolas.

Vía: Elagoradiario