Dentro del reino de las flores se pueden encontrar grandes sorpresas creadas por la Madre Tierra, pero también algunas que no nacieron, sino que fueron esculpidas por abejas.
El amor más antiguo de la historia es entre la abeja y la flor. Comenzó hace más de 100 años, cuando la naturaleza ideó una forma más eficiente que los vientos para que las plantas procrearan. Alrededor del 80% de las especies de plantas ahora utilizan animales o insectos para llevar los granos de polen de la parte masculina de la planta a la parte femenina. Las plantas desarrollaron flores. Su aroma perfumado, sus coloridos despliegues y su dulce néctar están diseñados para atraer a los polinizadores.
Con el tiempo, unas 25.000 especies de abejas (aún no sabemos exactamente cuántas) han evolucionado a nivel mundial para jugar al Cupido con plantas y árboles de floración específica: su corto ciclo de vida está perfectamente sincronizado con el florecimiento de las flores. En cada visita se abastecen de néctar, recogen polen para alimentar a sus crías y en el proceso se convierten en mensajeras del amor.
La exquisitez floral es uno de los tantos paraísos que nos ofrece la riqueza biodiversa que caracteriza a nuestro planeta. Cientos de miles de especies florales resaltan por su belleza, unas más llamativas que otras con pétalos coloridos y en configuraciones exóticas
Un fenómeno muy extraño de admirar, aunque real. En una serendipia, científicos descubrieron exquisitos nidos florales de abeja que asemejan a lavandas coloridas.
Las abejas se caracterizan por gran organización social. Cada una tiene un lugar dentro de la colmena y desarrolla sus funciones para mantener a flote su comunidad. Trabajadoras incansables con gran destreza y habilidades, si se les mira como simples insectos recolectores de polen entonces estamos cometiendo un grave error. La inteligencia de las abejas es todavía un rompecabezas para los investigadores, aunque se sabe que poseen un lenguaje secreto con el que se comunican de forma compleja a través de una danza encantadora. Pero además, son capaces de utilizar pétalos para construir nidos florales para cuidar de sus crías de abeja.
A primera impresión parecen lavandas construidas de papel maché creadas por el hombre. Pero en cuanto se conoce la historia detrás de estos nidos florales, la sorpresa llega de inmediato. Pequeños nidos elaborados con pétalos de flores perfectamente acomodados, hacen de refugio para un solo huevo de abeja. Y si el resultado parece sorprendente, el proceso lo es todavía más.
El labrado de los nidos florales de abeja
Para realizar esta bella tarea, las abejas Osmia avosetta madres vuelan sobre los campos florales en búsqueda de pétalos. Muerden el pétalo elegido y lo llevan volando hasta un sitio seguro. Uno por uno, las pequeñas hojas que servirán de refugio son transportadas hasta colectar el número suficiente. Luego comienza el esculpido, la abeja madre coloca capas de pétalos de una forma tan organizada que sorprende a los estudiosos. Tal como lo describen los autores de un artículo del American Museum of Natural History:
“Todos los pétalos tenían la forma de la parte superior de un corazón y estaban dispuestos de la misma manera: sus puntas apuntaban hacia abajo y el lado cortado apuntaba hacia arriba y se superponían como escamas tanto en el revestimiento interior como en el exterior de los pétalos”.
Tras terminar la primera capa del nido floral, la abeja madre coloca una capa fina de barro que los especialistas creen que humedece con néctar. Una vez que el cascarón de su pequeño refugio está listo, comienza con el labrado de la segunda capa. Así culmina el proceso de construcción, aunque la madre no deja desprovista a su pequeña cría. Realiza una mezcla pegajosa de polen combinado con néctar, que más adelante servirá como provisión para el insecto recién eclosionado. Finalmente, la abeja deposita el huevo y sella la flor recién construida.
Después de algunos días, la naturaleza hace su magia y el huevo se convierte en una larva que se alimenta de las provisiones que dejó mamá, para luego transformarse en un capullo. Reposa en su florido hogar hasta que está lista para emerger como una abeja, dejando atrás su nido labrado con gran paciencia por su madre.