Hemos invadido espacios de inundación y cauces fluviales, se han practicado explotaciones agrícolas y modelos de urbanización por encima de las capacidades de agua del territorio, hemos generado mucha más vulnerabilidad ante la ya de por sí peligrosa fuerza de la naturaleza.
Casi las tres cuartas partes del planeta que no están cubiertas de hielo han sido alteradas por el ser humano para poder satisfacer las necesidades de producir cada vez más comida, extraer más materias primas o construir carreteras y demás infraestructura.
Esta presión ejercida sobre los ecosistemas hace que estemos perdiendo cobertura forestal y que las tierras semisecas o secas se estén desertificando. Es decir, se están degradando tanto que terminarán por convertirse en suelos áridos y no productivos. Este término no debe confundirse con desertización, que significa la expansión de los desiertos ya existentes. Mientras que este último es un fenómeno natural, la desertificación está causada principalmente por la actividad humana y afecta al 40% de la población.
El quiebre del medio ambiente
Vivimos en una ‘sociedad del riesgo’, una teoría del sociólogo Ulrich Beck que cada día que pasa vemos más reflejada en nuestra realidad. El ser humano se ha convertido en un fabricador de espacios de riesgo, sobre todo desde la segunda mitad del siglo XX.
Y por si no fuera poco, hemos causado una crisis climática, una crisis de biodiversidad y una crisis de contaminación en un planeta al que no hemos respetado. “El cambio climático no es algo nuevo, es algo intrínseco a la evolución del planeta. Pero ahora nos encontramos en una fase singular. Estos cambios acelerados no se están produciendo por un meteorito, un desplazamiento del eje de la tierra o una erupción de un volcán. Esta crisis la ha provocado el ser humano. Estamos ante un proceso de cambio climático por efecto invernadero de origen antrópico.
Pero aún cuando los esfuerzos en mitigación consigan contener lo máximo posible la subida de temperaturas, el cambio climático y sus efectos ya están aquí. El calentamiento global ya está produciendo extremos atmosféricos que multiplican los riesgos y los hacen cada vez más frecuentes y más intensos. “Es el escenario con el que tenemos que trabajar. Y debemos habilitar mecanismos para minimizar sus efectos sobre la población, las infraestructuras y los territorios”, advierte el profesor. Y en este esfuerzo el agua, su planificación y su gestión tiene mucho que decir.
Olcina habla de una ‘mediterranización’ del cambio climático en España: “las ciudades ya están sufriendo temperaturas más cálidas, climas más secos pero con eventos de lluvias extremos, con borrascas explosivas que no permiten aprovechar esas precipitaciones, sino que causan destrozos al producir inundaciones repentinas”. Estos extremos hídricos deben orientar una nueva planificación del territorio, un nuevo diseño de las ciudades, de las redes de alcantarillado, de infraestructuras más resilientes y de la gestión del agua.
“Debemos cambiar el enfoque. Planificar desde la oferta ya no es eficiente. Hay que desarrollar una planificación hidrológica desde la demanda y teniendo siempre en cuenta los riesgos”, explica el profesor.
Ante este reto, propone una serie de acciones concretas para minimizar los efectos de estos eventos extremos. Para las inundaciones, plantea una planificación racional del territorio, el uso de encauzamientos y diques únicamente en casos puntuales imprescindibles, el mantenimiento y gestión del parque de embalses existentes, la recuperación del espacio fluvial y espacios de inundación natural y, finalmente, actuaciones de adaptación a escala local como depósitos pluviales y parques inundables.
Ante las sequías, Olcina propone, además de una planificación racional del territorio y de la agricultura basada en datos reales, la gestión desde la demanda, la apuesta por los recursos no convencionales, la mejora de los sistemas de depuración así como la reutilización del 100% del agua, un reto en el que pone como ejemplo de la ciudad de Benidorm.
“Las empresas de la gestión del ciclo urbano del agua tienen mucho que decir en esta adaptación de las ciudades”, señala el experto. La eficiencia de la red de abastecimiento, “que no se puede permitir perder una gota de agua”, la eficiencia de la red de alcantarillado, “que debe hacer frente a episodios repentinos precipitaciones intensas”, o la eficiencia en el proceso de depuración y tratamiento, “que permita utilizar de nuevo toda esa agua”, son claves para la hacer frente a los retos del cambio climático.
Olcina alaba la gestión de las empresas del ciclo del agua, que se han “mentalizado de su papel en esta situación y se han puesto manos a la obra para liderar la intensa tarea que las ciudades tienen por delante“. Pero también apela a la responsabilidad de los ayuntamientos y las administraciones regionales y nacionales. “Los planes urbanísticos sin informes de riesgo son de una falta de ética vergonzosa. Condenan a la población no solo a perder dinero, sino también a perder la vida”, lamenta.
El experto apuesta por la colaboración fluida entre administración, universidad y empresa, “cada uno desde su competencia, pero todos remando en la misma dirección. Es la única manera de avanzar todos juntos. No tenemos tiempo que perder”, concluye.
Vía: https://www.elagoradiario.com/