¿Debería preocuparnos la amenaza de una tormenta solar?

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Hay señales de que este fenómeno ocurre con más frecuencia de lo que pensábamos.

Tenemos evidencia de una de las tormentas solares más grandes que jamás se hayan producido en la Tierra. Se trata de un evento solar de protones (ESP) y ocurrió hace unos 2.679 años. La prueba está en la forma de las partículas radiactivas que antes estaban ocultas bajo las capas de hielo de Groenlandia. Si hoy una tormenta similar impactara en nuestro planeta, las consecuencias serían gigantescas.

Se interrumpirían las señales de radio y las comunicaciones por satélite, las redes eléctricas quedarían inutilizadas y, como consecuencia, caería todo el engranaje urbano, desde la banca hasta el transporte, según el geólogo Raimund Muscheler, de la Universidad de Lund, en Suecia, quien insiste en que, por todo esto, la sociedad debería estar protegida frente a una tormenta solar.

Así han conseguido dar con ella

Los núcleos de hielo extraídos en Groenlandia contienen hielo formado en los últimos 100.000 años. El equipo ha fechado este fenómeno hacia el año 660 a.C. Las señales reveladoras son los elevados niveles de isótopos de berilio 10 y cloro 36 incrustados, indicadores de reacciones químicas provocadas por la actividad del Sol que llega a la superficie.

Se trata de la tercera tormenta solar de protones de esta magnitud conocida por los científicos. Las otras dos ocurrieron hace 1.245 y 1.025 años respectivamente. Este último descubrimiento implica que es probable que las tormentas solares de esta variedad ocurran con más frecuencia de lo que pensábamos. Tal vez una cada 1.000 años, pero faltan datos para una estimación más fiable.

Las ESP ocurren después de una erupción solar masiva o una eyección de masa coronal en el Sol. Estos eventos envían corrientes de partículas, incluidos protones de alta energía, hacia la Tierra, donde interactúan con la atmósfera de la Tierra. Ello desencadena reacciones que aumentan la velocidad de producción de isótopos como el carbono 14, el berilio-10 y el cloro-36. Pueden degradar temporalmente la capa de ozono de la Tierra, lo que permitiría que cantidades excesivas de radiación ultravioleta alcancen la superficie.

Además del riesgo tecnológico señalado por Muscheler, las SPE podrían ser también catastróficos para los astronautas que trabajan en la Estación Espacial Internacional, que no están protegidos por la atmósfera de la Tierra.

Fuente: PNAS

quo.es/ciencia

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