En un principio, el embudo del tornado es una nube embudo, únicamente constituida por gotitas de agua en condensación, que nacen en las bases de la nube madre y descienden hasta la superficie.
Tras tocar el suelo, el vórtice aspira polvo y derrubios abundantes que, debido a la corriente de aire ascendente, suben por el embudo y lo van velando con una cortina de suciedad.
A medida que avanza el tornado, y a causa de la fricción entre las moléculas de aire y polvo, en las paredes que forman el ojo del tornado normalmente se producen descargas eléctricas, que dan lugar a la aparición de chasquidos, relámpagos y rayos. Finalmente, y con toda la carga de desechos que porta a lo largo de su embudo, el vórtice del tornado no puede seguir el ritmo y se va quedando atrás, separándose del punto donde se une con la nube madre (que en ocasiones desciende ligeramente y se enrolla alrededor del cono) hasta que se produce su rotura, momento en el que la manga asciende y se integra en el cumulonimbo, desapareciendo el tornado.
Asimismo, la rotura del embudo puede también producirse por la imposibilidad del tornado de seguir engullendo aire debido a la masiva presencia de los desechos que porta, aunque esto no varíe su espectacular desenlace.