Esta Las islas donde las polillas se arrastran y las moscas caminan

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Más de 160 años después de que Charles Darwin formulara su famosa teoría de la evolución, otra de sus ideas ha sido confirmada por investigadores australianos. El naturalista británico sugirió que algunos insectos están abocados a dejar de volar, pero su explicación era tan aparentemente sencilla que muchos de sus colegas rechazaron sus ideas.

En unas pequeñas islas a medio camino entre la Antártida y Australia, ocurre lo que Darwin sugería. Las moscas caminan y las polillas se arrastran por el suelo. Como ellas, muchas especies de insectos que allí habitan han perdido su capacidad de volar.

Darwin conocía un caso similar en Madeira, donde muchos escarabajos habían dejado de surcar los cielos. Para el biólogo era sencillo: el viento no es un buen amigo de los insectos voladores en una isla. Si se aventuran un poco, pueden acabar en medio del mar sin posibilidad de regresar a casa. «Los que quedan en tierra para producir la próxima generación son más reacios al despegue y la evolución hace el resto», afirma Rachel Leihy, de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad de Monash.

El famoso botánico Joseph Hooker había visitado las islas subantárticas Kerguelen y en sus cartas a Darwin había comentado el curioso número de escarabajos y polillas que no volaban. Sin embargo, creía que la hipótesis del viento estaba equivocada, ya que no explicaba la gran proporción de insectos no voladores en ambientes continentales, como los desiertos, donde el mecanismo de desplazamiento impulsado por el viento no se aplicaría. Hooker no proporcionó una explicación alternativa de por qué la falta de vuelo podría evolucionar entre los insectos de las islas, pero desde entonces, muchos otros científicos también han expresado sus dudas sobre las ideas de Darwin.

Rugientes cuarenta

Claro que muchas de estas discusiones ignoraban que estas islas subantárticas están situadas en los Rugientes cuarenta y los Furiosos cincuenta, dos zonas de fuertes vientos existentes entre las latitudes 40º y 50º S de los océanos australes. Se trata de 28 islas del Océano Austral y cinco islas del Ártico. Las primeras, especialmente las de la región subantártica, como la isla Marión y la isla Heard, tienen un número notable de especies de insectos no voladores en comparación con las islas de otros lugares. «Casi la mitad (47%) de las especies de insectos de las islas del Océano Austral han perdido la capacidad de volar. Esto incluye especies de muchos grupos taxonómicos diferentes, incluidos escarabajos, polillas, moscas y avispas», señala Leihy a este periódico.

«Algunas especies no voladoras han perdido por completo sus alas. Sin embargo, muchas todavía las conservan. Son muy cortas y no pueden usarse para volar. Otras tienen alas de tamaño completo, pero músculos de vuelo reducidos», describe la autora principal del estudio, publicado en la revista «Proceedings of the Royal Society B».

Coste energético

El equipo comprobó diferentes hipótesis para explicar la pérdida de la capacidad de vuelo. Por ejemplo, la de la estabilidad del hábitat sostiene que en entornos muy estables y predecibles, los insectos podrían no necesitar volar para evitar rápidamente las condiciones cambiantes, por lo que el vuelo es menos útil. Del mismo modo, en lugares donde hay menos depredadores, el vuelo puede ser menos ventajoso que en lugares donde hay muchos depredadores que evadir. En ambientes fríos, como en las cimas de las montañas, el vuelo también puede ser demasiado costoso energéticamente.

«Probamos todas las hipótesis alternativas para el Océano Austral y descubrimos que la velocidad del viento es el mejor indicador del número de especies de insectos no voladores en estas islas», señala Leihy. Las condiciones ventosas hacen que el vuelo de los insectos sea más difícil y energéticamente costoso. Así, los insectos dejan de invertir en el vuelo y su costosa maquinaria subyacente (alas, músculos de las alas) y redirigen los recursos a la reproducción. Como afirma la investigadora, «es extraordinario que después de 160 años, las ideas de Darwin continúen aportando conocimientos a la ecología».

Vía: Abc

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