Desde siempre los asteroides han sido objeto de profundos estudios, análisis en mano de la ciencia. Ahora una nueva teoría sobre estos titanes del espacio los pone en el centro de la escena.
Los asteroides son pequeños objetos rocosos que orbitan alrededor del Sol. Aunque los asteroides den vueltas alrededor del Sol como los planetas, son mucho más pequeños.
Hay muchos asteroides en nuestro sistema solar. La mayoría de ellos viven en el cinturón de asteroides —una región entre las órbitas de Marte y Júpiter—.
Pero los asteroides también se encuentran en otros lugares. Por ejemplo, algunos están en la misma órbita de los planetas. Esto significa que el asteroide y el planeta siguen el mismo camino alrededor del Sol. La Tierra y algunos otros planetas tienen asteroides como este.
Las nuevas teorías tras nuevas investigaciones señalan que sin importar su tamaño y forma, todos los asteroides que deambulan por el espacio no son, tal como cree erróneamente la mayoría de las personas, ni catastróficos ni triviales, según afirma un reciente estudio elaborado por un equipo de científicos del CONICET.
“La mayoría de los asteroides que salen en los medios no nos van a causar ningún problema, porque pasan muy lejos o en una escala de tiempo mucho mayor a la vida humana. Está bien que a la gente le llame la atención y quiera leer los diarios, pero que lo haga sin alarmarse, poniendo en contexto todo lo que trasciende”, explicó Marcela Cañada Assandri, investigadora del CONICET en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad Nacional de San Juan (UNSJ).
“Hay que ocuparse antes que preocuparse, sabiendo que, efectivamente, pueden y van a ocurrir impactos, pero es necesario acercar el conocimiento de estos fenómenos a la comunidad de manera más amable”, agregó la científica argentina.
Si bien los asteroides más peligrosos son los que poseen un tamaño superior a un kilómetro de diámetro, ya que su impacto contra la Tierra podría causar un desastre apocalíptico, la mayor preocupación para los científicos no son estos 850 gigantes espaciales que actualmente existen, sino los miles de asteroides que, con volúmenes mucho menores, son difíciles o, incluso, imposibles de detectar, y por eso no pueden ser predichos ni controlados.
Como todo cuerpo flotando en el Universo, los asteroides se mueven siguiendo una órbita, aunque no necesariamente tiene que ser una elipse perfecta, uniforme y continua. “Al haber planetas, satélites y otros objetos, la acción gravitatoria de cada uno afecta la órbita de los asteroides, modificándola, a veces, cambiando las trayectorias y volviéndolas caóticas”, señaló Patricio Zain, becario del CONICET en el Instituto de Astrofísica de La Plata (IALP, CONICET-UNLP).
“Cuando la órbita de un asteroide se acerca a menos de 20 distancias lunares –equivalentes a unos 8.000.000 de kilómetros–, pasa a ser considerado potencialmente peligroso. Y, si además de esa aproximación, tienen un tamaño superior a 140 metros, mayor es el interés que despiertan en la comunidad astronómica mundial, porque su impacto sobre el planeta generaría no solo un aplastamiento descomunal, que sería el cráter, sino miles de kilómetros a la redonda de destrucción total”, añadió el experto.
Según explicaron los autores del estudio, el primer paso para controlar a los asteroides es la detección que se lleva a cabo durante muchas noches de observación de una misma región del cielo con el objetivo de establecer puntos que se muevan entre las estrellas de fondo.
“Una vez que se reporta algo que cambia de posición, se lo debe confirmar con sucesivas observaciones independientes. El paso siguiente es determinar la órbita, que, de ninguna manera, sucede como en la película ´Don’t look up´ : todo en un mismo día y a manos de un solo equipo de investigación”, comentó Zain.
“Es un cálculo que necesita muchas deducciones de la posición y velocidad obtenidas con diferentes instrumentos para alcanzar la mayor precisión posible. Con esta información, comienzan a hacerse simulaciones de la evolución de esa órbita, que son predicciones de su comportamiento futuro para ver las posibilidades de un eventual choque con la Tierra. “No se espera que este tema sea una prioridad en países con otras cuestiones a resolver, pero la concientización social siempre sirve y es muy necesaria”, señaló el becario.
El caso del asteroide Apophis es un antecedente que ilustra la trascendencia de los programas de observación: detectado en 2004, los primeros datos aseguraban que este cuerpo de unos 350 metros de diámetro tenía altísimas chances –una en 38 para ser exactos– de chocar con la Tierra en 2029, eventualidad que, gracias a múltiples observaciones y cálculos, se redujo casi a cero.
“Hoy sabemos que ese año va a pasar a 35.000 kilómetros de distancia, con lo cual su aparición pasó de ser una catástrofe segura a una oportunidad única en la historia para estudiarlo. No solo para conocer más de él como objeto, sino para la investigación acerca de la formación del Sistema Solar, ya que estos cuerpos nos brindan detalles prístinos sobre la composición de la nube planetaria de que la que nos formamos”, concluyó Zain.