El 2 de septiembre de 1859 se produjo la peor tormenta solar de todos los tiempos. Conocida como «El evento Carrington», por el astrónomo británico que registró lo sucedido, la llamarada causó el colapso de las mayores redes mundiales de telégrafos, en Europa y América del Norte.
Uno de los más bellos fenómenos que se pueden ver en la naturaleza, sin ningún género de dudas, son las auroras boreales. Su origen está en el Sol. Cuando este entra en actividad produce tormentas solares que son como explosiones de partículas radioactivas equivalentes a decenas de millones de bombas de hidrógeno. Esta radiación electromagnética alcanza la Tierra en pocos minutos ya que viaja a la velocidad de la luz mientras que las partículas cargadas tardan algo más, entre 24 y 36 horas, pero ahí está nuestra atmósfera para frenarlas y protegernos de ellas, aunque no siempre.
En ocasiones muy excepcionales, cuando estas eyecciones de masa coronal son extremadamente potentes y están orientadas hacia nuestro planeta, pueden atravesar nuestro escudo protector produciendo cuantiosos daños en nuestros sistemas de comunicaciones. La tormenta solar más fuerte que se ha registrado hasta el momento fue el 28 de agosto de 1859 y se conoce como el evento Carrington (por el astrónomo que la documentó, llamado Richard Carrington). El pico más intenso de la actividad solar tuvo lugar entre los días 1 y 2 de septiembre y fue tan brutal que, en apenas 17 horas llegaron los efectos de estas tormentas solares a la tierra, destrozando la poco desarrollada red de telégrafos de la época en Europa y América del Norte, fundiendo el cableado y provocando numerosos incendios.
Como entonces la energía eléctrica apenas se utilizaba, los efectos de la tormenta casi no afectaron a la vida de los ciudadanos, pero las auroras aparecieron en los cielos del Caribe, Roma y Madrid, algo inaudito.
Pero, ¿cuáles son las probabilidades de que algo semejante pueda volver a producirse?
De suceder en la actualidad, azotaría de forma devastadora el primer mundo, absolutamente dependiente de las redes de energía y comunicaciones. Predecirlo es casi un juego de videntes, pero la creciente actividad del Sol obliga a los científicos a mantenerse alerta. El físico espacial Pete Riley, de la Corporación Internacional de Aplicaciones Científica (SAIC) en San Diego (EE.UU), cree que la probabilidad de que nos azote una llamarada solar perfecta, del mismo nivel que la que llegó en el siglo XIX, es de alrededor del 12% en los próximos diez años. Así lo estima en una investigación publicada en Space Weather.

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