La primera documentación científica relativa a los rayos ascendentes en las tormentas eléctricas – los que suben de la Tierra a las nubes- se remonta a 1939.
Sin embargo, no ha sido hasta ahora cuando los científicos han llegado a comprender su funcionamiento.
La amplia mayoría de los rayos (el 70%) no alcanza la superficie terrestre, sino que se descarga dentro de las nubes. La descarga del rayo sobre la superficie se ve precedida por la apertura de un canal conductor.
Desde la nube carga eléctricamente, el rayo se aproxima a la superficie siguiendo un camino tortuoso. Este rayo conductor, no obstante, no siempre alcanza la superficie, sino que una descarga de captura va a su encuentro.
Tan pronto como se cierra el canal conductor y la descarga de captura y se crea el canal del rayo, se desencadena la descarga principal, que empieza en el suelo y se dirige hacia la nube.
Es el rayo que nosotros somos capaces de ver. Su longitud media es de 1.000 a 2.000 metros y su intensidad de 40.000 amperios por término medio.
En conclusión, los rayos que vemos “caer” a la tierra, en realidad suben hacia las nubes, nosotros sólo vemos el efecto óptico que produce y que nos engaña, ya que parece que el rayo “cae.
En las nubes, normalmente ocurre lo mismo, aunque pueden darse casos de rayos que “caen”, si las condiciones físicas son las necesarias.