Los tsunamis pueden viajar a más de 800 kilómetros por hora en el punto más profundo del agua y crear paredes de agua de varios metros de alto, con olas destructivas.
Cuando hablamos de tsunamis se vienen a la cabeza sucesos como el Fukushima en el 2011 o el de Chile en 2010, episodios en los que temblores repentinos de tierra sacuden el agua hasta formar olas gigantescas que barren todo lo que encuentran a su paso.
La muerte de seres humanos se produce por el azote de las olas y todos los escombros que arrastran estas gigantescas masas de agua. Posterior a un desastre de esta naturaleza, se presentan las enfermedades por escasez de alimentos y contaminación del agua potable. Los daños ocasionados pueden ser comparados con los de un terremoto, solo que los primeros ocasionan daños en zonas costeras.
Formación del fenómeno
Los tsunamis se forman por un desplazamiento de agua causado por un deslizamiento de tierra, un terremoto, una erupción volcánica o un deslizamiento del límite entre dos de las placas tectónicas de la tierra (que son placas de roca de 15 a 200 metros de espesor que apoyan los continentes de la Tierra y los mares ares en un océano subterráneo de material semisólido mucho más caliente).
Si bien la idea de que los tsunamis se manifiestan con enormes olas es cierta, no ocurre lo mismo con la fuente que los produce ya que en la actualidad los científicos conocen más de media decena de causas que pueden desencadenar tsunamis, incluidas las propias nubes en los llamados meteotsunamis.
Pero antes de explicar las más relevantes, es importante conocer qué es un tsunami. Esta palabra japonesa, que significa “ola de puerto”, es un evento que involucra olas de gran energía y tamaño variable que se producen cuando un fenómeno extraordinario desplaza verticalmente una masa de agua.
Según artículos científicos, la energía de estos fenómenos dependerá de su altura (longitud de onda), la velocidad y la frecuencia de olas. De hecho, gracias a estos conceptos se pueden entender a los tsunamis y averiguar datos tan curiosos como que durante su nacimiento las olas pueden alcanzar hasta 800 kilómetros por hora.
Del mismo modo, la repercusión que tendrán en la costa vendrá determinada por esos conceptos, así como por factores externos, como el suelo oceánico que frena el tsunami o las propias barreras naturales y antropogénicas formadas en la línea de impacto.
En este sentido, la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA) de los Estados Unidos identifica tres tipos de tsunamis: los que tienen un alcance menor a 100 kilómetros de alcance y una velocidad de propagación de una hora, aquellos con hasta 1.000 km de alcance y tiempo estimado de llegada entre una y tres horas, y por último los tsunamis localizados a más de 1.000 km de la costa y con tiempos de más de tres horas.
Tipos de tsunamis
Por supuesto, los tsunamis más comunes y también lo más destructivos son los que tienen su origen en un fenómeno sísmico, es decir, por el movimiento de las placas tectónicas, en concreto con la subducción. Durante este desplazamiento, una placa se hunde por debajo de otra generando una energía elástica. Cuando esta se libera, genera un desplazamiento vertical del agua que, posteriormente, desembocará en un tsunami.
Por esto mismo, los márgenes convergentes de placas son los más activos y precisamente cerca de ellos se encuentran países como Chile o Japón, que han lidiado con el problema de los tsunamis a lo largo de la historia.
Como es la perturbación del agua el ingrediente clave en la formación de tsunami, cualquier agente con la fuerza suficiente como para desplazarla de forma significativa será considerado como una fuente de estos fenómenos, como los desplazamientos de rocas.
En este caso, la energía liberada será menor, pero pueden ser devastadores a nivel local e incluso dentro de los continentes. En este último supuesto destaca el caso del fiordo de Barry, en Alaska, que en el 2015 liberó en las aguas glaciares a sus pies unas 180 millones de toneladas de roca que generaron olas de hasta 200 metros de altura que arrasaron todo a largo de 20 kilómetros.
En 1958 en la Bahía de Lituya, también en Alaska, hubo un evento similar en el que 30 millones de metros cúbicos de tierra cayeron desde una altura de 90 metros al agua. La fuerza del impacto produjo la ola a mayor altitud sobre el nivel del mar jamás registrada, a 524 metros sobre el nivel del mar, y un episodio de destrucción que algunos compararon con el estallido de una bomba atómica.
Y hablando de bombas atómicas, también estos artefactos antropogénicos han sido capaces de generar tsunamis. De hecho, Estados Unidos y Nueva Zelanda investigaron en 1944 diversos caminos para canalizar la energía liberada por las bombas convencionales, y más tarde las nucleares, para formar enormes olas en las posiciones japonesas. Como tirar un petardo en un estanque de agua, pero a una escala mayor.
Las propias bombas de la naturaleza, los volcanes, también pueden generar tsunamis, aunque aquí se mezclan factores como deslizamientos de tierra, la propia sacudida sísmica y la explosión volcánica. Por eso mismo, normalmente la fuerza de las olas de estas fuentes no suele ser elevada, aunque en su conjunto han sido capaces de arrasar poblaciones enteras.
El Krakatoa, uno de los volcanes más peligrosos del mundo, sufrió una erupción en 1883 que más que por las explosiones que se pudieron escuchar a más de 4.000 kilómetros de distancia, fue la más peligrosa por generar terremotos y tsunamis que acabaron con la vida de 36.000 personas. La ola más grande que creó se dice que midió 40 metros de altura.
También los meteoritos se presentan como una posible fuente de tsunamis, aunque los expertos están estudiando los posibles efectos que podrían tener asteroides de distintos tamaños. Algunos opinan que podrían generar olas de más de un kilómetro de altura y con una energía nunca vista.
Aunque tal vez los más curiosos entre todos estos sean los tsunamis provocados por fenómenos meteorológicos, los llamados meteotsunamis. En este caso, son las ondas atmosféricas de gravedad, bruscas variaciones de presión, sistemas frontales, rachas de viento, tifones, huracanes y, en definitiva, perturbaciones atmosféricas o climáticas quienes dan vida a tsunamis repentinos.
La historia nos enseña que este tipo de tsunamis son más que posibles y, de hecho, en las islas Baleares son tan comunes a pequeña escala que tienen un nombre propio: las Rissagas. Sin embargo, en la mayoría de los casos solo se producen con combinaciones muy específicas de factores, de ahí que la ciencia los considere un misterio.
El objetivo de las oficinas meteorológicas es investigarlos con los aparatos de medición actuales, algo que la NOAA pudo cumplir en el 2018 con un meteotsunami que ocurrió en una de las costas del lago Michigan, en Estados Unidos.
En los pueblos de la zona, el agua del lago desapareció momentáneamente para después ser escupida hacia ellos Los testimonios exponen que fue un evento muy rápido y, en cierto modo, parecido al ocurrido en 1954 cuando un meteotsunami produjo olas de más de tres metros de altura.
Vía: https://www.elagoradiario.com/