Las luces de Navidad tienen un impacto ecológico

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Las luces son casi parte indispensable de la Navidad. Aunque en los últimos años la sustitución de las bombillas tradicionales por luces LED ha reducido la huella de carbono de esta tradición, la contaminación lumínica que produce sigue siendo un problema.

Las luces navideñas son tan tradicionales que son incluso anteriores a la propia festividad. En la antigua Roma, durante las Saturnales que celebraban el solsticio de invierno, se iluminaban todas las calles con antorchas y lucernas, lo que permitía la fiesta hasta altas horas de la noche. Y, aunque hayamos pasado del fuego al LED, el espíritu romano ha pervivido hasta la actualidad: cuando se acerca la Navidad, las ciudades de medio mundo se engalanan con luces de todo tipo e incluso hay competiciones entre ciudades españolas por ver quién tiene la mejor iluminación.

Sin embargo, en una época en la que el principal objetivo europeo es alcanzar la neutralidad climática y las consignas para evitar el dispendio energético están a la orden del día, puede parecer contradictorio el hecho de gastar grandes sumas de dinero y energía en iluminar la ciudad para la festividad. Además, el periodo de alumbrado se extiende cada vez más en el tiempo: actualmente las luces se encienden una media de 200 horas durante unos 35 días, desde el 1 de diciembre hasta el 6 de enero en la mayoría de los casos, según datos de la fundación Adeces. 

Es cierto que, en cualquier caso, durante la época navideña cualquier tipo de consumo se dispara, especialmente el eléctrico. Según un estudio de la Universidad de York (Inglaterra), en los días de Navidad se emite un 5,5 % del dióxido de carbono producido en un año. Y la Asociación de Consumidores de Energía (ANAE) apunta que las Navidades aumentan un 28% el consumo eléctrico en los hogares españoles, aunque sobre todo por el mayor uso de pequeños electrodomésticos como el horno y el aumento de horas de oscuridad. 

En el caso de las ciudades, el consumo eléctrico también aumenta en época navideña, pero no hay datos concretos sobre el impacto que tiene la iluminación ornamental en el total de energía utilizada. Lo que sí se puede observar es una tendencia a poner cada vez más luces por el impacto mediático que tienen. Una moda que podría denominarse “efecto Vigo”, porque ha sido el alcalde de esta ciudad gallega, el socialista Abel Caballero, el que año tras año ha ido aumentando la iluminación navideña para poder compararse “con Nueva York, Londres, Berlín y París”. 

El éxito de la campaña -el atractivo turístico de Vigo en Navidad se ha disparado- ha llevado a una especie de carrera en España por ver quién pone las mejores y más fastuosas luces. La consultora especializada Smartlighting calcula un incremento del alumbrado festivo de más del 40% con respecto al año anterior. Los casos más llamativos, por haber aumentando su inversión de forma importante, son Córdoba (+73%) , Zaragoza (+300%), así como Madrid (+27,7%) y  Barcelona (+20%).

Más allá del gasto en sí en luces, que en Vigo supera el millón de euros y en Madrid los tres, el problema está en el mensaje que se manda a la sociedad. Rodrigo Irurzun, responsable de Energía para Ecologistas en Acción cree que existe un consumo excesivo: “Las tiendas tienen que sobrevivir, claro está, pero habría que repensar lo que supone el consumo excesivo en estas fechas. Hay que ir hacia una economía adecuada y razonable porque el consumismo desmedido está asociado a un mayor gasto energético y una mayor producción de residuos”, explica. 

Las luces LED al rescate

En los últimos años, sin embargo, el alto gasto en el que están incurriendo los Ayuntamientos también tiene un segundo motivo, más allá de la evidente demanda pública o la posible competición entre ciudades para atraer más turistas navideños. También hay un desembolso derivado de la sustitución de las antiguas bombillas incandescentes por otras de bajo consumo: las luces LED. 

Aunque las bombillas LED han visto bajar mucho su precio en la última década, su precio habitual sigue siendo el doble que el de una bombilla de bajo consumo, lo que explica en parte el gasto de muchas ciudades: por ejemplo, en Palma de Mallorca, de los 900.000 euros que se han invertido en alumbrado navideño, más de 400.000 euros han ido a cambiar bombillas de bajo consumo por LED.

Y este aumento de gasto es positivo para el medio ambiente, porque las luces LED suponen un importante ahorro energético. Por lo que, a pesar de ser más caras, consumen un 75% menos de energía que las bombillas de bajo consumo y tienen hasta 25 veces más esperanza de vida con una duración aproximada de uso de hasta 70.000 horas. También ayuda a la eficiencia energética de las ciudades, porque las bombillas incandescentes o las de bajo consumo pierden en forma de calor hasta el 90% de la energía que utilizan. En el caso de los LED, además de evitar disipaciones de energía en forma de calor, se reduce también el gasto de mantenimiento.

Martin Barrow, experto en eficiencia de Carbontrust, declaraba recientemente en la revista Wired que “el cambio de incandescente a LED es el gran cambio dramático” para la huella de carbono de las luces de Navidad, porque “supone hasta un 75% de ahorro frente a las luces convencionales”. Pero, por supuesto, la energía que utilizan las LED tiene diferentes orígenes, por lo que no hablamos tampoco de una tecnología completamente libre de carbono.

Según datos de Red Eléctrica de España, la penetración de las energías renovables es de aproximadamente el 35% del total del mix energético en los meses de diciembre en enero. Si sumaramos la nuclear, recientemente reconocida por la UE como una energía de transición y que en nuestro país representa un 21% de la producción de electricidad, la conclusión es que más de la mitad del consumo eléctrico de Navidad en España viene de fuentes que no emiten gases de efecto invernadero a la atmósfera.

Contaminación lumínica

Sin embargo, a pesar de que el gasto en luz festiva tiene cada vez menos impacto en la factura total de electricidad, hay un efecto menos conocido del derroche luminoso: la contaminación lumínica. La NASA afirmó hace poco que sus astronautas pueden distinguir que ya es Navidad solo viendo las luces desde el espacio. Y los problemas que causa a la biodiversidad la luz artificial nocturna son ya una evidencia científica, pues ha quedado probado que causa su presencia en ecosistemas donde la oscuridad es necesaria para la vida afecta a anfibios, tortugas marinas, plancton, mamíferos, aves y, sobre todo, a insectos.

El astrónomo Enric Marco Soler, de la Universitat de València, afirma en un artículo publicado en The Conversation que la iluminación de Vigo o Madrid “añaden miles de lúmenes de flujo luminoso al cielo nocturno, afectando a zonas medioambientalmente muy sensibles como el Parque Nacional de las Islas Atlánticas o el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama”. 

Para el científico, los ejemplos sobran. “Es muy conocido el problema con las pardelas en Canarias que, en su primer vuelo, quedan desorientadas por el alumbrado de las ciudades costeras. O la catástrofe de las miles de aves migratorias atrapadas por los haces luminosos que conmemoran cada 11 de septiembre los atentados de Nueva York”, afirma.

Pero la peor parte se la llevan los insectos: un estudio reciente publicado en Nature afirma que la contaminación lumínica es una de las principales causas de la progresiva desaparición de polinizadores como las abejas. En sitios con iluminación artificial, las visitas de polinizadores se reducen hasta un 62% en comparación con un lugar a oscuras. 

Marco hace hincapié en que los humanos no nos libramos tampoco del daño de la contaminación lumínica. “El exceso de luz inhibe la producción de melatonina y puede provocar cronodisrupción, que está relacionada con problemas de insomnio, obesidad, depresión o diabetes”. Y hasta las más ecológicas LED son dañinas, apunta el profesor. “Las luces LED blancas con un exceso de componente azul que se instalan en muchas ciudades y pueblos son los mayores disruptores del ciclo día/noche de nuestro organismo. Y, por cierto, la mayoría de luces de Navidad o son blancas o son directamente azules.”

Una posible solución a este problema puede estar en Bélgica: en la Grand Place de Bruselas, las farolas e iluminación habitual de este céntrico punto de la ciudad se apagan cuando se encienden las luces de Navidad. Y en ciudades como Córdoba, asociaciones ecologistas y de vecinos piden que las bombillas no estén nunca encendidas después de medianoche. Pequeños pasos, que tendrán que venir acompañados de un cambio de mentalidad si se quiere tener la menor huella ecológica posible. 

Vía: elagoradiario

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