Artikutza, un caso prácticamente único en el mundo, es un buen ejemplo de que conservar la biodiversidad es la mejor manera de garantizar un suministro de agua de calidad para los ciudadanos. Acompáñanos a visitar esta finca navarra comprada hace 100 años por San Sebastián para proteger el recurso más preciado.
El agua es el gran protagonista de esta finca de 3.700 hectáreas, drenada por una serie de pequeños ríos y ubicada en terrenos de la localidad navarra de Goizueta. Durante las semanas previas a la visita he contactado con uno de los responsables de su administración y varios expertos para tener una visión ampliada de conjunto, gracias a las gestiones de Asier Santana, de la Escuela del Agua. No me quiero perder detalle de un lugar tan llamativo como único. Por destacar dos elementos: un bosque que pasó de sobreexplotarse por diversas actividades humanas a permanecer durante un siglo prácticamente intacto; y una presa, la más grande que está previsto poner fuera de servicio en Europa, ya sin agua, precisamente para mejorar el estado de conservación de la zona, y con ello la calidad del suministro de este preciado elemento.
En 1919, Artikutza fue comprada por el Ayuntamiento donostiarra para asegurar el abastecimiento de agua limpia al municipio. Eire Ruiz Larrabeiti, una de las guías de esta “expedición a Artikutza”, nos cuenta que el detonante fue un episodio de varias personas enfermas como consecuencia del agua en mal estado proveniente de la zona. Y es que hoy en día no somos conscientes de que el agua es uno de los recursos naturales más valiosos, tal vez porque lo tenemos en calidad y cantidad, y como tal hay que protegerlo.
Iñaki Uranga, administrador de Artikutza del Ayuntamiento, me explica que durante los últimos 100 años apenas se ha intervenido en esta zona, por lo que posee un grado de madurez mayor y una estructura forestal mucho más compleja que los bosques de alrededor: “Visualmente es diferente, hay árboles de muy distintas formas, tamaños o edades. Lo que más llama la atención a la gente es la cantidad de madera muerta en el suelo. Es de destacar también el estado de conservación de los pequeños ríos que atraviesan el lugar. Nacen dentro de los límites de la finca y son totalmente salvajes y dinámicos, donde aún sobrevive uno de los mamíferos más amenazados de la península, el Desmán de los Pirineos (Galemys pirenaicus)”.
Como me subraya Alberto de Castro, un biólogo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi que ha estudiado la historia del bosque de Artikutza, en el mundo hay unos cuantos ejemplos de zonas con alto valor naturalístico que no han sido explotadas en los últimos 100 años, pero se reducen ostensiblemente cuando se trata de lugares en un área rodeada por una alta densidad de población. Teóricamente, este enfoque conservacionista debería reforzarse en el futuro tras su declaración como Zona de Especial Conservación (ZEC) en 2015 e integración en la Red Natura 2000 (el principal instrumento para la conservación de la naturaleza en la Unión Europea).
Comienza la visita
El lugar de encuentro es Eskas, la portería de entrada a la finca de Artikutza. Hay un pequeño parking y una valla que impide el acceso en coche para quien no ha conseguido uno de los 20 permisos diarios que hay que solicitar previamente a sus responsables. También se encuentra aquí la casa del guarda. Con su ropa de montaña y su frondosa barba – podría pasar por un basajaun, el señor de los bosques en la mitología vasca – nos abre la valla para poder llegar, tras una media hora en coche, hasta el poblado en sí de Artikutza. Varios caseríos, un frontón y un riachuelo con su puente de piedra producen una bella estampa de los preciosos típicos pueblos vasco-navarros.
Antes de comenzar la visita, también he hablado con Antton Gamio, un profesor jubilado conocedor en primera persona de la historia y naturaleza de Artikutza, ya que su familia y él han vivido y trabajado aquí desde incluso antes de su compra por parte del Ayuntamiento donostiarra. Me explica que la referencia histórica más antigua se remonta a 1270, con la donación de unas parcelas de Lope Díaz de Haro, señor de Vizcaya, a la Real Casa de Roncesvalles (RCR). En aquel tiempo la comarca se denominaba Anizlarrea, e incluía las actuales Goizueta y Arano. Artikutza estuvo en manos de la RCR hasta su desamortización en 1844. Posteriormente pasó por varios propietarios, la mayor parte parlamentarios en Madrid, algunos banqueros, un marqués y un conde, hasta el citado año 1919.
Cualquiera que visite Artikutza en la actualidad, viendo lo solitario y silencioso del lugar – salvo el día de la fiesta del patrón, San Agustín -, le resultará difícil imaginar, como subraya Antton, que sus recursos naturales sufrieron una gran explotación durante unos 800 años: pastos para el ganado, minería hasta principios del siglo XX y obtención de hierro mediante ferrerías alimentadas con leña y carbón de la zona, madera para construcción, etc.
Mi grupo ha aparcado ya y hacemos un corro entorno a Eire para que comience a explicar, en euskera y castellano, con el frontón de Artikutza al fondo, los detalles de nuestra visita. Haremos una ruta circular de unos 12 kilómetros, coronando la cima del Izu, de 828 metros de altura, y descendiendo por una senda que fue utilizada por los estraperlistas que pasaban su contrabando a Francia por los Pirineos, para llegar de nuevo al pueblo.
Calzados ya con nuestras botas de monte, nuestro primer destino es Enobieta. Construido entre 1947 y 1953 para abastecer de agua a la capital guipuzcoana, se trataba de un embalse de 1,63 hectómetros cúbicos (Hm3) de capacidad, formado por una presa de hormigón de 42 metros de altura. A pesar de la niebla, podemos entrever que ya no embalsa agua y cómo la naturaleza se adueña poco a poco de la zona. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde consiguen los donostiarras el agua de consumo?
Una presa fuera de servicio
En este caso he contactado con Arturo Elosegi, catedrático del Departamento de Biología Vegetal y Ecología de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU). Es el director del proyecto Desembalse, que evalúa el efecto de la puesta fuera de servicio del embalse en la conservación, biodiversidad y funcionamiento de los ecosistemas fluviales: “Artikutza sigue proporcionando abundante agua de la mejor calidad. La única diferencia es que no se almacena en Enobieta, sino en el embalse de Añarbe, un poco más abajo, que proporciona agua potable a más de un tercio de la población de Gipuzkoa”.
Aunque la presa de Enobieta nos parece grande al recorrerla por su parte superior, Eire nos cuenta que la de Añarbe es 40 veces mayor, y que ha tardado unos dos años en vaciarse. Como no hay en toda Europa una presa tan grande que vaya a ser puesta fuera de servicio, la forma en que se realizará es un auténtico reto cuyo proyecto se sabrá de aquí a unos once meses, nos cuenta. Lo que sí se sabe es que no se demolerá: “quitar la presa supondría el tránsito de unos 100.000 camiones para quitar todo el hormigón, lo que tendría mucho impacto, además de muy costoso económicamente”.
Elosegi apuntaba en un artículo de su Universidad algunas de las claves de los próximos años. “La presa se dejará en su sitio, pero eliminando el efecto barrera actual. Dentro de 15 años esperamos que el embalse esté totalmente cubierto de vegetación, las riberas del arroyo cubiertas de bosque y las comunidades serán similares a las de los demás arroyos del valle. Será impresionante cuando la gente pasee por la orilla del arroyo, en medio de un bosque natural, y se encuentre con un muro de 42 metros de alto, posiblemente cubierto de musgo y de raíces. El plan es que haya un paso para atravesar el muro, así como acceso a la sala de compuertas interior. Será un recordatorio de por qué se ha protegido el valle de Artikutza durante un siglo”. Cuando pasamos por su parte trasera, comprobamos que los árboles y la hojarasca han empezado ya esta colonización.
El catedrático de la UPV/EHU me explica que Artikutza también va a jugar un papel esencial en el futuro como “centinela del cambio climático”, es decir, para medir sus consecuencias reales sin interferencias de los otros cambios ambientales causados por los seres humanos: “Aunque hay otros centinelas del cambio climático en el mundo, la mayor parte están en montañas más elevadas, como Ordesa, pero Artikutza es uno de los pocos sitios donde observamos estos cambios a poca altitud, en un sitio que no ha cambiado casi nada en las últimas décadas y, más importante, en el que no se prevé que cambie casi nada en las décadas venideras”.
Dejamos ya la presa y ponemos rumbo a la parte más boscosa. Nuestra guía nos explica que lo que vemos son pinos rojos y robles americanos plantados en 1919: “el Ayuntamiento se gastó un millón de pesetas de las de entonces porque estaba todo deforestado, si bien ahora se quiere repoblar con roble autóctono”. Como buena geóloga de formación, Eire se detiene en varias partes del camino para contarnos las particularidades geológicas de esta zona, en la que vemos desde el granito blanco que en su día se extraía y se transportaba en burros, hasta rocas metamórficas como el esquisto.
Un paisaje silencioso
Han pasado ya más de dos horas y salvo el trinar de algún pájaro y nuestra propia conversación, no se oye nada. Podría ser el lugar perfecto para un baño de bosque. Amaia Ortiz de Elgea, la otra guía del grupo que nos “pastorea” por detrás para que nadie se pierda, me cuenta que la fauna que más se ve en la zona son “petirrojos, pájaros carpinteros, muchos anfibios, tejones y murciélagos”.
Toca ya el turno de poner a prueba las piernas para ascender a Izu, donde unos buitres nos observan desde las alturas. A lo largo de esta subida vemos algunas curiosas “piedras” con unas señales. Eire apunta que se trata de crómlechs, y que hay más de 100 en la zona, una concentración de la alta Edad de Hierro, todas ellas marcadas, aunque todavía queda por investigar en profundidad. Las impresionantes vistas de los alrededores desde la cima – se divisa incluso la costa vasca y Francia – con un cielo prácticamente despejado y soleado, el bocata y un buen trago de agua hacen que el esfuerzo merezca la pena sobradamente.
La visita llega a su fin. Descendemos del Izu para poner rumbo de nuevo al pueblo de Artikutza. Son casi las dos y media de la tarde, una hora más con respecto al programa previsto. Son tantas las cosas que ver, que aprender aquí, que el tiempo pasa más rápido de lo que parece. Eire me enseña el caserío habilitado como casa de la naturaleza donde suelen acudir grupos escolares para conocer el lugar, y me entrega de parte de Iñaki Uranga un ejemplar de “Artikutza. Naturaleza e historia”.
Se trata de un voluminoso libro ilustrado de 519 páginas, publicado el año pasado con motivo del centenario de la compra de la finca por parte del ayuntamiento donostiarra. Sus autores recopilan con todo lujo de detalles los aspectos históricos y naturales de este lugar: “Pocos lugares así habrá en el mundo que cuenten con esta bibliografía tan exhaustiva”, me subraya Eire, que me adelanta que para 2020 está previsto publicar una versión más corta y divulgativa.
Vía: elagoradiario