Los volcanes, termostatos del planeta

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Los volcanes son mucho más que una erupción de lava y gases. Su actividad es fundamental en el sistema de regulación térmico de la Tierra y los componentes producidos durante estos eventos aumentan la fertilidad de los ecosistemas.

Durante el verano de 2011, el sur de El Hierro, en las Islas Canarias, sufrió múltiples temblores que derivaron en una erupción submarina cuyas partículas, rocas, lava y gases alteraron el ecosistema de la isla. Fruto de ese fenómeno, se creó una formación geológica de 300 metros de altura, con la cima a solo 80 metros de la superficie.

Un nuevo volcán denominado ‘Tagoro’.Tras el cese de las erupciones, en este recién formado enclave, se produjo una fertilización que ha supuesto una “explosión de vida” gracias a las condiciones generadas por los componentes como el hierro, según detallan desde el Instituto Geológico y Minero de España (IGME).

Éste es sólo uno de los ejemplos más recientes y cercanos del papel fundamental que juegan los volcanes en el planeta y en el mantenimiento y la renovación de los hábitats de forma natural.

Volcanes

“A través de sus erupciones, los volcanes aportan diversos productos que entran a formar parte del ecosistema en el que se encuentran. Básicamente se trata de productos sólidos, lavas, depósitos piroclásticos (compuestos sólidos emitidos durante una erupción) y gases, los cuales pueden causar en primera instancia un impacto negativo, pero pueden convertirse con el tiempo en un beneficio para la zona”, explica Joan Martí, director del Instituto de Ciencias de la Tierra Jaume Almera del CSIC.

De esta forma, todos los compuestos emitidos durante una erupción aportan minerales fundamentales que, al descomponerse, aumentan la fertilidad del ecosistema en el que encuentran, desde plantas hasta microorganismos.

“La deposición de cenizas volcánicas y su posterior descomposición libera gran cantidad de nutrientes como hierro, magnesio, potasio, calcio, etc… Estos compuestos serán asimilados por las plantas que se cultivarán o crecerán en dichos suelos, y de aquí también por los animales y finalmente por el hombre”, detalla Martí sobre la cadena de beneficios que aporta la actividad de estas formaciones geológicas.

Regulador térmico y cambio climático

Por otro lado, las erupciones volcánicas también son un factor determinante en el funcionamiento de la energía interna que almacena la Tierra, en su temperatura y para equilibrar la dinámica de nuestro planeta. De hecho, la actividad volcánica, a lo largo de la historia, ha contribuido a la formación de la atmósfera y al desarrollo de la vida.

Así, los volcanes forman parte del sistema de regulación de enfriamiento de la Tierra, tanto por la liberación de energía interna como por la emisión de los gases que se producen en las erupciones, que bloquean los rayos del sol.

En este sentido, un estudio en la revista científica Nature señala que, aunque los volcanes suelen enfriar el clima, también pueden acelerar el deshielo ya que cuando sus emisiones se depositan sobre los glaciares, al ser de color oscuro, absorben más calor y radiación, lo que favorece la fundición del agua congelada.

Ecosistemas volcánicos

Desde otro punto de vista, también es importante destacar que los ecosistemas volcánicos, aún cuando están en calma y no se producen erupciones, tienen unas propiedades únicas que pueden generar energía renovable. Una capacidad aprovechable para producir electricidad, para climatizar construcciones o para calentar agua.

En conclusión, los volcanes y sus erupciones aportan unos beneficios fundamentales; tanto es así, que parte de la sociedad y la naturaleza han establecido su hábitat y su modelo de vida entorno a estas formaciones geológicas. Aunque hay que tener en cuenta que esta cercanía también conlleva ciertos peligros como los terremotos o la emisión de gases propios de su ciclo natural.

“Aprovecharnos de sus recursos implica también tener a los volcanes el respeto que merecen y no banalizar aspectos como la reducción del riesgo, mediante la implementación de programas adecuados de conocimiento científico, vigilancia volcánica, educación, y desarrollo de planes de emergencia, aun cuando su actividad pueda ser esporádica en el tiempo y pensemos que a nosotros no nos va a tocar”, advierte Joan Martí.

Fuente: Pablo Ramos Delgado / Planeta Inteligente – EL MUNDO, ambientum

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