Esto sucede cuando el entorno natural se expone a variaciones térmicas de hasta -50 grados centígrados en casi cualquier punto de las península gélidas.
Cuando las cosas se calientan aumentan de volumen, y cuando se enfrían se contraen. Eso, que tiene una explicación en cómo se agrupan las moléculas de los elementos al cambiar de estado, tiene repercusiones en nuestro día a día: por eso existen las juntas de dilatación entre edificios, vías de tren y construcciones callejeras, para que la sucesión de estaciones no agriete y haga reventar todo aquello que se expone a variaciones térmicas de hasta menos 50 grados centígrados en casi cualquier punto de las península gélidas.
También por eso es importante sellar las grietas a la intemperie, ya que el agua de lluvia puede congelarse a bajas temperaturas y agrandar la brecha al convertirse en hielo, sustancialmente más voluminoso que el agua en estado líquido.
Esa es la norma, pero a la naturaleza a veces le da por saltársela. Posiblemente recuerdes de cuando estudiabas el fenómeno conocido como ‘dilatación anómala del agua’, que cuando ronda los 4ºC, justo antes de congelarse, invierte el comportamiento ‘normal’: cuando la temperatura sube de 0ºC a 4ºC el agua se contrae en lugar de expandir su volumen, justo al revés de lo que sucede cuando se calienta desde los 8ºC a los 4ºC.
Ese es solo un ejemplo, uno de los más conocidos, de lo juguetona que puede ser la naturaleza con las reglas. Pero hay muchos más.
Los árboles incansables
Por ejemplo, se acaba de descubrir que los árboles funcionan justo al revés que la mayoría de seres vivos. Nosotros, como cualquier animal, crecemos durante nuestra infancia y juventud, y llega un momento en que nuestra actividad celular empieza a empeorar, deteniendo nuestro desarrollo en un punto de maduración a partir del cual nuestro cuerpo se va deteriorando hasta acabar muriendo de forma natural si un accidente no adelanta el proceso. Pero los árboles no funcionan así.
Según un estudio recién publicado en la revista Nature, y que viene a cerrar una controversia que dura unos cuantos años, los árboles maduros son más activos y productivos que los jóvenes. Pensarás que tú también tienes más fuerza e inteligencia que un niño, por más que esté en pleno desarrollo… pero es que la cosa no va por ahí. Según el estudio, llevado a cabo por 37 investigadores de 16 países sobre una población de 700.000 árboles, estos no paran nunca de crecer… e incluso aceleran su ritmo de crecimiento según envejecen.
Vía:cienciaxplora
Fotografías: Iordache Laureniu, LeonArt
2 Comments
Aldo jose
Muy interesante
MARIA ALICIA
Muy bonitos los arboles de la nieve….Bellisimo paisaje….